a 20 años de la crisis de 2002

Un día como hoy hace 20 años se decretaba el feriado bancario, un momento crucial de la crisis de 2002. Dos décadas después, reconstruimos aquellos duros momentos con los testimonios de sus protagonistas centrales y especialistas.
Por Sebastián Cabrera y Mariángel Solomita

Entre enero y julio de 2002 se vivió un semestre frenético. El país crujió. El gobierno de Jorge Batlle había heredado una recesión económica, sorteaba algunas fatalidades (sequía y aftosa), a la vez que lidiaba con el impacto de la devaluación de Brasil, el principal socio comercial, y el efecto en Argentina, que atravesaba un shock severo maniobrando la paridad cambiaria. En diciembre de 2001 el corralito argentino era un fenómeno que se miraba por la tele, sin la conciencia todavía de la magnitud que podría tener el efecto contagio en el complejo panorama que ya vivía Uruguay. El 40% de los depósitos eran de argentinos no residentes y los bancos más potentes tenían negocios en aquel país. Pronto se encendió la chispa.

La primera ficha en caer fue el Banco Galicia, luego el Comercial, que después dejó al descubierto una estafa brutal. La situación expuso fragilidades en los controles sobre el sistema financiero. Este escenario llevó a la pérdida del grado inversor. En caída libre, comprometido con la promesa de campaña de no devaluar, el gobierno optó por liberar la banda de flotación del dólar, lo que disparó su valor, generando que miles de uruguayos no pudieran pagar sus deudas. En junio cayeron los bancos Montevideo y Caja Obrera, causando pánico en los ahorristas.

Tras la pérdida de confianza, los depósitos se esfumaron y el Banco Central se quedó sin buena parte de sus reservas. Se negoció un crédito con el Fondo Monetario Internacional, que basándose en el caso de Argentina, exigía condiciones que el gobierno rechazó: dejar caer todo, devaluar y declarar default. La coalición de gobierno se tensó y el Partido Nacional exigió el cambio del equipo económico.

En julio, el mes bisagra, renunció el ministro de Economía Alberto Bensión y el directorio del BCU. Con Alejandro Atchugarry y Julio De Brun a la cabeza, el gobierno decretó el feriado bancario que se extendería por cuatro días. Era una pausa en la que se luchó por un préstamo puente del gobierno de Bush y se reestructuró el sistema financiero, para luego idear la estrategia del canje de deuda, que se concretaría recién en mayo de 2003.

Leonardo Costa, prosecretario en el gobierno de Jorge Batlle: “Si no llegaba el préstamo de Bush, no sé qué hubiese pasado”

Leonardo Costa. Foto: Leonardo Mainé

“Tenía 33 años, había regresado de estudiar en Harvard y trabajaba en un estudio jurídico del que me iban a nombrar socio cuando Jorge Batlle me ofreció el cargo. Yo tenía una debilidad intelectual muy fuerte con él y acepté. Llegué con una mochila y una computadora, era un chiquilín. Al inicio me había pedido que me encargara de ciertos temas, pero todo lo planificado de su gobierno tuvo que repensarse debido a los avatares de la crisis”.

Veinte años atrás, el 26 de julio de 2002, Leonardo Costa cumplía 35 años en un país sumido en el caos. Antes habían sido intervenidos los principales bancos, las reservas seguían vaciándose y bajo la presión del Partido Nacional, socio de la coalición de gobierno, había renunciado_el ministro de Economía Alberto Bensión y el directorio del Banco Central. El nuevo equipo económico con Alejandro Atchugarry y Julio De Brun a la cabeza traería paz, pero todavía faltaba para eso. Aquel 26 de julio era un día sin ilusión. La posibilidad de que el departamento del Tesoro de Estados Unidos otorgara un préstamo para rescatar un sistema bancario que había perdido el 40%_de sus depósitos, a contracorriente de la postura del Fondo Monetario Internacional (FMI), era ínfima. Ese 26 de julio, caía la noche en el Edificio Libertad cuando Jorge Batlle le dio un regalo a su angustiado escudero. Sobre una tela, escribió: “Para mi amigo Neco, el día que ocurrió el milagro”. ¿Le sugería con este mensaje que habría una luz al final del túnel? No preguntó. Al día siguiente llegó el dinero.

—Lo que pasó me marcó muchísimo. Nunca más pude celebrar mi cumpleaños —dice.

Lejos de la política desde 2005, convive con vestigios de aquella época feroz. En los pasillos del estudio jurídico que dirige, hay fotos de una Montevideo desahuciada en plena crisis y un cuadro con la portada de El País con la noticia del préstamo: el papel está autografiado por Atchugarry y el exembajador norteamericano, Martin Silverstein. 

En un Uruguay que arrastraba una recesión, golpeado por el impacto de las crisis de sus dos principales socios comerciales (Brasil y Argentina) y con el campo deshecho por la aftosa, ¿se previó la magnitud que podría tener un contagio de la corrida bancaria argentina?

—No —responde, y recuerda que el 40% de los depósitos en Uruguay eran de argentinos no residentes—. Empieza con el caso Banco Galicia, cuando no tiene capacidad de reponer los depósitos de sus clientes y el gobierno no lo asiste.

—Pero, si históricamente el Estado había rescatado a los bancos de quebrar para evitar el impacto, ¿por qué se tomó esa decisión?

—Se creyó que se podría encapsular. Nunca se pensó que 20 días después, a su vez, se iban a retirar los tres bancos socios del Comercial (que se había intervenido el 31 de enero tras la detención de los hermanos Rohm por fraude). Lo del Galicia fue económicamente menor, pero fuerte en lo psicológico. El verdadero golpe fue lo que pasó con el Comercial, era el mayor banco privado del Uruguay. Batlle decía que los problemas de plata se solucionan con más plata y eso era lo que no había. El acuerdo al que se llegó con los tres socios, se pensó que era bueno, pero fue prácticamente extorsivo.

Pondrían 100 millones de dólares que ante un eventual quiebre deberían ser devueltos, lo que obligó al Estado a aportar 33 millones y convertirse en socio.

—Lamentablemente la Justicia no terminó de investigarlo, porque yo creo que esos bancos fueron copartícipes del fraude —opina. En mayo, con el primer ajuste fiscal, el sistema político “comenzó a percibir la magnitud de lo que se venía”, pero fue entre junio y julio que se tocó fondo. “AEBU tomó noticia de lo que pasaba, con la pérdida de las reservas día a día. Era tremendo. Muchas veces, establecía paros para calmar la sangría”.

—¿Para ganar tiempo?

—Sí. Se abrió un ámbito de diálogo entre el sindicato y el gobierno acerca de lo que se podía esperar y qué se podía hacer que recuerdo con añoranza, viendo hoy cómo es necesario tender puentes.

—En la campaña electoral de 1999, Batlle había prometido no devaluar. ¿Cuánto pesó este compromiso?

—Si se hubiese devaluado quizá se hubiese dado otra historia. Creo que todos quedamos un poco presos de esa promesa. A su vez, el presupuesto del año 2000, muy negociado, tuvo un poco de incremento del gasto. Había posiciones dentro del gobierno que decían que era preferible no tener presupuesto que tenerlo incrementado. ¿Hubiera sido preferible? Creo que las cosas sirven para aprender no para arrepentirse —reflexiona.

Aunque la relación con el Partido Nacional se tensó pasada la peor parte de la crisis, Costa insiste en que se mantuvo “una mano tendida”. ¿Se temió una reacción violenta en la sociedad? “El único día que temí  un estallido fue cuando, con un absoluto clasismo, se dijo que venían hordas del Cerro saqueando todo a su paso. Se hizo un despliegue que parecía Apocalipsis now a la uruguaya. Pero no pasó nada. Con el tiempo, te digo que la oposición, los sindicatos, los militares, la Iglesia, las organizaciones civiles, fueron todos una contención para que eso no pasara”.

—¿Se estuvo lejos de una crisis institucional?

—Creo que sí, pero si no hubiesen aparecido los 1.500 millones de dólares que prestó el gobierno de George Bush, no sé qué hubiera pasado. La solución del FMI era dejar caer todo y después ir al default, y eso sí hubiese sido devastador para la institucionalidad, no tengo dudas.

Isaac Alfie, director de la Asesoría Macroeconómica y luego ministro: “El FMI se resistía a un acuerdo, nos echaron flit”

Isaac Alfie. Foto: Leonardo Mainé

En 2002 Isaac Alfie era director de la Asesoría Macroeconómica e integró una delegación a Washington, junto al entonces director de la OPP Ariel Davrieux, Umberto Della Mea del Banco Central y el abogado Enrique Guerra por el Ministerio de Economía. Más tarde, en agosto de 2003, asumió como ministro de Economía.

“Es mentira”, dice Isaac Alfie y el fastidio se le nota de lejos, en su despacho en el quinto piso de la Torre Ejecutiva. Tiene la mirada perdida en la Plaza Independencia y cuenta que más temprano leyó declaraciones del chileno Eduardo Aninat, subdirector gerente del FMI allá en 2002, publicadas en el semanario Búsqueda, en un adelanto de un libro del periodista Diego Zas. El exfuncionario plantea allí, entre otras cosas, que en la crisis hubo “un relato” del gobierno de Jorge Batlle para salvar el costo político y que la “condecoración del gobierno” debió ir a Timothy Geithner, un alto funcionario del FMI, antes que a John Taylor, entonces subsecretario del Tesoro.

—Todo es mentira —repite—. Hace un rato hablé con (Carlos) Sténeri.

Y ataca:

—El hombre —por Aninat— quedó muy dolido porque lo terminaron echando después de esto, pero también por lo que pasó en Argentina. A él y a todo el equipo. Algo que me duele especialmente es que trata de personaje menor al contador (Ariel) Davrieux. Nosotros éramos técnicos, tenemos testigos de lo que pasó y siempre dijimos la verdad. Él estuvo siempre equivocado.

—¿Siempre equivocado?

—Y bueno, ¿qué quiere que le diga? Lo que pasa es que estaban dolidos. Escúcheme: el 2 de diciembre de 2002 en Washington hubo un reunión donde insistieron con que teníamos que dar default y otra vez dijimos que estaban errados y que iba a haber una nueva corrida.

En el gobierno pensaban que el camino del default era el peor:

—Íbamos a sufrir 20 años. Basta ver lo que está pasando en frente, con muchos más recursos que nosotros.

En julio de 2002 Alfie integró una delegación a Washington. Allí los esperaba Sténeri (que era el agente financiero) y el embajador Hugo Fernández Faingold, a quien él señala como clave para concretar algunas reuniones. Aquella comitiva terminaría logrando el famoso préstamo puente de 1.500 millones de dólares otorgado por Estados Unidos, vital para que volvieran a abrir los bancos tras cuatro días de feriado.

—Al Fondo empezamos planteándole un programa, pero nos dijeron que no perdiéramos el tiempo, que ni fuéramos al Tesoro porque no nos iban a atender. Para decirlo en términos vulgares, nos echaron flit.

Igual hubo una primera charla con el Tesoro, con Randall Quarles, quien era el segundo del secretario Taylor, el jueves 25 de julio. No había sido muy exitosa, tanto que el viernes 26 Alfie, Davrieux y el resto del grupo se volvían al país. Estaban camino a recoger el equipaje, pero llamó Fernández Faingold y dijo una frase que quedará para la historia: “Se produjo el milagro: Taylor es de Peñarol. Vuelvan que tenemos reunión en dos horas”.

Así, el viernes de tardecita hubo una reunión a fondo con el equipo del Tesoro y del Departamento de Estado junto a asesores personales del presidente George Bush. Ahí empezó una negociación de varios días, pero había que hacer un acuerdo con el FMI, incluyendo la carta de intención, las metas y la ley que creó el Fondo de Estabilidad del Sistema Bancario y reprogramó los depósitos.

Alfie no tiene un buen recuerdo de esos días en Estados Unidos:

—Fue terrible, el Fondo se resistía a un acuerdo, esa es la verdad de toda la historia. Querían poner cosas que no correspondían, fue bastante disgustante.

Con la reapertura de los bancos el 5 de agosto ya todo cambió, pero el alivio para el equipo económico realmente llegaría en febrero de 2003 cuando el FMI avaló la propuesta preliminar de canje.

—Estábamos pensando en la próxima generación y no en la próxima elección.

—Igual el Partido Colorado pagó duro en las elecciones de 2004.

—Sí, obviamente. Pero Uruguay no podía darse el lujo de decir “rompo las reglas y no pago”.

Carlos Sténeri, agente financiero de Uruguay en Estados Unidos: “Salimos del Tesoro y dijimos, este fue nuestro Maracaná”

Carlos Sténeri. Foto: Juan Manuel Ramos

“Para el gobierno la salida exitosa de la crisis tuvo el efecto Churchill:_ganó la guerra pero perdió las elecciones”, dice Carlos Sténeri. Tras ese episodio, el Partido Colorado no logró levantar cabeza y volver a pisar fuerte. “Lo mató pero morir de esa manera, por ese resultado, yo diría que podría valer la pena. Porque, ¿si aceptábamos el default qué hubiera pasado? Al poco tiempo vino UPM y en el primer gobierno del Frente Amplio las inversiones extranjeras representaron más del 5% de PIB”, plantea.

Carlos Sténeri guarda el pedazo de la historia del país que le tocó protagonizar en las paredes y estanterías de su escritorio. Allí, entre sus “objetos más queridos”, hay cuadros con artículos, reconocimientos y el documento del canje la deuda que logró Uruguay en 2003, para encaminar la salida de su peor crisis. El economista había empezado su carrera en la Oficina de Planeamiento y Presupuesto en 1973, donde aprendió a negociar créditos con los organismos internacionales. A_esta tarea se abocó entre 1989 y 2010, trabajando con todos los partidos en el rol de agente financiero en Estados Unidos. Fue una figura clave en las negociaciones más difíciles entre 2002 y 2003. En esos días caóticos, Sténeri llevaba una especie de diario. “Hoy me reuní con fulano, se dijo esto, pasó tal cosa”, recuerda. Ese ejercicio fue vital para que escribiera su libro —al que tituló Al borde del abismo— y aún mantenga frescos los detalles de su participación en este episodio brutal, que lo encontró recuperándose de un durísimo cáncer. De esa experiencia, dirá en esta entrevista, aprendió a no rendirse. Ese temperamento fue esencial.

Empecemos por “el kilómetro 0”.

—Había venido de vacaciones y me llama Bensión. “¿Dónde estás? Venite al ministerio que tenemos un problema con un banco”. Era por el Comercial, que para mí fue la chispa que encendió esta crisis, junto con la caída del Galicia:_dos piezas inesperadas, una seguida de la otra. Dejé a mi familia acá y me fui a Nueva York.

—Se ha dicho que esa reunión, con los tres bancos socios, fue horrible.

—Horrible. “No vamos a poner nada”, nos decían. Podemos ser duros, ir por lo penal, respondíamos nosotros para apretarles la tuerca. De golpe, a las cinco de la tarde se apagan las luces del edificio donde era la reunión y se van. “Seguimos mañana”, nos dijeron. Al otro día, de nuevo:_nada. Me quedé a cargo de hablar con los abogados de los bancos, que me huían. Lo que para nosotros era muy importante, para ellos era un lío menor. Iba a los despachos y me quedaba todo el día esperando, y desde ahí llamaba buscando apoyos, “che, deciles que aflojen, para ellos son unos vintenes y para nosotros es un lío”. Al final llegamos a una fórmula que permitió recapitalizar el banco.

—Una fórmula que se calificó como extorsiva, por las condiciones que pusieron.

—Ellos daban 100 millones de dólares a cambio de entregarles acciones preferidas, lo que les permitía irse cuando quisieran, con una tasa de interés del 6%, y a los 10 años podían pedirnos que se las compráramos. Más_el detalle: si el BCU quebraba el banco por cualquier circunstancia, se retiraban. Para nosotros en enero era impensado que íbamos a quebrar el banco unos meses después. Eso era lo que había.

—¿Qué tan importantes son las relaciones personales en este tipo de negociación?

—Primero hay que entender cómo funciona la institucionalidad, que es inviolable. Pero en las instituciones operan personas, que tienen sus días buenos y malos, que son más o menos cooperadoras, en definitiva: todo se basa en las relaciones, que sin trascender a la institucionalidad permiten la confianza. Si cada parte dice la verdad, se llega a un pequeño territorio gris, y ahí es donde se pude hacer el encuentro y sacar un resultado.

—¿Batlle era hábil en esa zona gris?

—Tenía un prontuario positivo acerca de lo que hacía, cómo pensaba y cómo actuaba. Además, cuando yo me sentaba a hablar sabía que no había nada atrás que tuviera que salir a justificar, por ejemplo nunca entramos en cesación de pagos en la década del 1980 cuando el resto del continente sí lo hizo, entonces, yo le decía al FMI, ¿por qué me vas a hacer entrar ahora si yo creo que salgo?

—¿Por qué el Fondo tenía la convicción de que había que quebrar e ir a default?

—El Fondo nunca había participado hasta ese momento de crisis como las del Río de la Plata. Venía muy molesto de la experiencia argentina, donde dio una plata que se gastó, y luego no le otorgó el resto, y enseguida llegamos nosotros atrás. Le era muy difícil diferenciarnos.

—¿No teníamos una buena reputación?

—Según nosotros, sí. Pero hay que pensar en un funcionario del FMI:_un europeo que casi no salió de su país, que no conoce la región, le es imposible vernos como algo diferente de Argentina y Brasil.

—¿Qué había que demostrar?

—Que éramos distintos. Pero todos se consideran distintos, ¿verdad?

—¿Cuál era el plan?

—Armábamos reuniones en el FMI y le dábamos. Teníamos de aliado a Irán, lo hicimos amigo de Uruguay. Las sillas de México y Brasil también nos apoyaban. Pero nuestro punto focal era Estados Unidos, que es el accionista mayor.

—Ante la negativa del FMI golpearon la puerta del Tesoro, ¿era una osadía?

—El diseño del programa del FMI decía que ponía plata para problemas fiscales, no bancarios. Había que hacerlos cambiar de frecuencia, lo que era muy difícil, para eso necesitábamos al Tesoro, así que fui y toqué timbre.

—¿Con qué expectativas?

—Ninguna. Pero mi experiencia de salud me había dado la convicción de que no hay que entregarse. Y tuvimos la inmensa suerte de que el subsecretario que nos tocó (John Taylor) nos entendió. Fuimos a decir que Uruguay había cumplido siempre, que tuvimos un percance por contagio que a su vez expuso fragilidades que teníamos, pero que el cristal estaba quebrado, no roto. Les dijimos: somos un país que no viola contratos y que paga.

—Mientras tanto en Uruguay se habían agotado las reservas del BCU y se decretó el feriado bancario.

—No hay más liquidez, advertimos, y sin su ayuda lo que sigue es que se tranquen las cadenas de pagos, y ahí quiebra el sistema y empieza una hecatombe social como en Argentina: les tiramos la pelota. Pero el FMI nos dijo, ya está, hicieron feriado, esperaron; listo, tienen que hacer lo que les dijimos. Nos invitaron a un almuerzo del que todavía me acuerdo de la indigestión. Con esa decisión, Ariel Davrieux e Isaac Alfie se volvían a Montevideo y yo me fui con el embajador Hugo Fernández Faingold a ver a Taylor. Íbamos entregados, pero nos dice, “les vamos a dar 1.500 millones”. No lo podíamos creer.

—¿Cuándo iba a llegar el dinero?

—“El lunes les giramos así abren los bancos”, nos dijo, “pero deben tener la ley” (de Fortalecimiento del Sistema Bancario). Yo había hablado la noche anterior con Sanguinetti y Lacalle Herrera, que me confirmaron que estaban los votos. Ese fin de semana se hace un paquete de reestructura del sistema, reprogramación de los depósitos y se quiebra casi el 30%_del sistema bancario, fue un fuego purificador. Recuerdo que ese día salimos caminando del viejo edificio del Tesoro y dijimos, este es nuestro Maracaná.

—Fue un respiro breve. Con una nueva deuda de 1.500 millones, otra vez había que negociar con el FMI.

—Empezó otra secuencia de dificultades con el FMI, llamé a Montevideo y Batlle y Atchugarry me dijeron, de ninguna manera default. Vamos a explicarles a los acreedores que no queremos quitas, queremos tiempo:_fuimos por el canje.

—Les pidieron correr el vencimiento por cinco años, ¿cómo lo llevaron a cabo?

—A_lomo de avión. Habíamos calculado que en cinco años la economía mejoraría y la moneda se apreciaría. Recorrimos Europa, varias ciudades de Estados Unidos y Japón. En Japón había un bono de 200 millones que era vital. Se votó en un cine, eran todos pensionistas, ancianos que nos decía que iban a morir antes de cobrar. Fue duro. En mayo de 2003 se hizo el canje de la deuda. Y todo empezó a despejarse.

Danilo Astori, ministro de Economía en dos gobiernos del Frente Amplio: “Atchugarry fue esencial; conversé mucho con él”

Danilo Astori. Foto: Archivo El País

Dos años y medio más tarde de los peores días de la crisis económica de 2002, Danilo Astori se convertiría en el ministro de Economía del primer gobierno de izquierda. Pero por aquellos duros días el líder de Asamblea Uruguay tuvo posturas que lo alejaron de parte del Frente Amplio e incluso de su líder Tabaré Vázquez.

 

Desde su casa de Malvín y hoy bastante por fuera de la política partidaria, Danilo Astori dice que en Uruguay los bancos eran “totalmente frágiles, no había mecanismos que previeran y mucho menos contrarrestaran la crisis financiera”. Asegura que no había “mecanismos eficaces macroprudenciales (los que intentan evitar alteraciones generales en el sistema financiero) ni microprudenciales (los que buscan prever alteraciones en una institución)”. Por eso, a su juicio el Banco Central no pudo jugar el rol decisivo de prevención en aquella época.

—Viéndolo hoy, ¿hay medidas que el equipo liderado por Alberto Bensión no tomó a tiempo?

—Bueno, es que no tenían los mecanismos para hacerlo. Más que un problema de personas, era todo el sistema el que no estaba preparado para evitar una crisis. No había cómo frenar la fuga de depósitos.

Astori estaba de acuerdo con la ley de fortalecimiento del sistema bancario, sancionada por el oficialismo el 4 de agosto, e incluso leyó borradores que le alcanzaba el entonces ministro Alejandro Atchugarry, a quien define como “un hombre que dialogaba, abierto, tolerante, extraordinariamente inteligente, que además abrió espacios a quienes deseábamos colaborar”.

—Yo conversé mucho con él, a cualquier hora nos poníamos en contacto en los días más difíciles —cuenta—._ Su rol fue esencial, una de las condiciones fundamentales de la salida fue su presencia. Lo recuerdo con mucha admiración.

Pero, se sabe, Astori perdió en la interna del Frente Amplio.

—Yo hasta el final sostuve la tesis de que había que apoyar las medidas del gobierno de Jorge Batlle para enfrentar la crisis pero quedé en minoría y acaté la decisión del Frente —dice, con algo de resignación—. No pude convencer a mis compañeros. También digo que la oposición fue muy responsable, porque se limitó a argumentar y votar en contra, no estimuló el desequilibrio social, como sí pasó en Argentina.

Sobre el tema del default, donde tuvo una oposición contraria a la de Tabaré Vázquez, explica:

—Yo discrepé con aquella postura de Tabaré. Creía que el camino que había que seguir era el del gobierno, renegociando los caminos del cumplimiento de las obligaciones. La historia demostró que era el camino correcto. El camino del default solo conducía a agravar todo y tenía consecuencias impensables.

—¿La posibilidad firme de que el Frente llegara al poder influyó en su postura?

—No fue una discusión plagada de electoralismo. Uruguay discutió esto con equilibrio y mesura. Todos pensábamos en el interés nacional.

Sobre el rol de Eduardo Aninat, del FMI, es terminante:

—Tengo una opinión totalmente contraria a la suya y lo ubico en un grupo de dirigentes del FMI que promovieron el peor camino posible, llevaban a Uruguay a la ruina. Su papel fue nefasto, hubo fuerza para resistirlo. Se trabajó contra la posición de algunos funcionarios chilenos como él, que presionaban por el default —cierra el exministro de Economía.

Un rato después suena el teléfono y es Astori, que quiere agregar algo:

—Omití mencionar el papel nefasto que jugaron los dos grupos estafadores bancarios en Uruguay. Me refiero al Velox de la familia Peirano, Banco de Montevideo, Banco La Caja Obrera, y también al grupo de los hermanos Rohm a través del Banco Comercial. Fueron los mecanismos de vaciamiento. Eso no puede faltar.

Óscar Bottinelli, politólogo y director de la consultora Factum: “No fue idílico, pero hubo un manejo controlable”

Óscar Botinelli. Foto: Francisco Flores

Óscar Bottinelli había sido secretario político de Líber Seregni entre 1971 y 1987. A partir de 1989 dirige la consultora Factum, desde donde midió el pulso de la crisis del año 2002 a través de los movimientos políticos que implicó y su impacto en la sociedad. Destaca la salida “refinada”, basada en el particular consenso que logró el sistema político.

 

Jorge Batlle fue el primer presidente elegido por el sistema electoral de balotaje, “eso facilita que sea el primero en llegar a la primera magistratura con el respaldo de la mayoría absoluta del electorado; es decir, más de la mitad de los ciudadanos votó por él, por su nombre y su cara. Eso le da un respaldo inicial elevado”, dice Óscar Bottinelli. Al asumir, contaba con una aprobación del 52%, que va aumentando hasta llegar en julio de 2000 al 57%. “Luego viene una lenta y constante erosión”, explica. “En el otoño de 2002 esa aprobación había bajado al 34% y al cierre de julio, poco antes de que comenzara ‘la semana trágica’ (del feriado bancario), se desploma al 16%. Ya era un presidente popularmente muy débil”.

El Partido Colorado y el Partido Nacional constituyeron “una sólida y verdadera coalición de gobierno hasta pasado el momento pico de la crisis. Todas las decisiones trascendentes fueron acordadas por el presidente, su socio y rival en la conducción colorada Julio María Sanguinetti y el nacionalismo liderado por Luis Alberto Lacalle Herrera”, opina.

“Lo que el gobierno y sus tres líderes (Batlle, Sanguinetti, Lacalle Herrera) tuvieron claro es que no se podía repetir lo de Argentina. También lo tuvieron claro el Frente Amplio y el movimiento sindical”, dice respecto al rechazo de declarar el default. “Los sucesos políticos y sociales fueron opuestos en una y otra orilla del charco. En la vereda de enfrente —sin entrar en lo económico y financiero—, cabe señalar los muchos cambios de presidente en pocos días, los asaltos masivos, los enfrentamientos en las calles y movilizaciones violentas, con algún que otro muerto. En cambio, de este lado no hubo ningún fallecido. Fueron pocos los problemas en la vía pública y los asaltos. Hubo sí un formidable operativo de un día —el que se difundió falsamente que vendrían “hordas desde el Cerro” realizando saqueos— como señal para evitar desbordes. No fue una situación idílica —sin entrar al análisis de lo económico y lo financiero, y la repercusión social de ello— pero sí se obtuvo un manejo controlado y una salida pacífica”.

Esto tiene que ver con un carácter que demostró el país en aquellos meses de desesperación. La conjunción de “un pueblo de talante moderado, una dirigencia sindical madura y un sistema político representativo, serio, responsable, que no jugó a las ganancias o pérdidas electorales, sino a la búsqueda de consensos a partir de la existencia de claras y nítidas diferencias ideológicas”. En definitiva, “fue un respaldo muy sólido con que contó el presidente para rechazar el default”.

El politólogo coincide con la reflexión del exministro Alejandro Atchugarry, que calificó ese tiempo como “el mejor momento del sistema político”. “El mayor refinamiento estuvo para cada parte en saber el límite de lo posible para cada una. El juego interno de la coalición de gobierno más los juegos externos e internos del arquitecto del consenso político Atchugarry y el apoyo del vicepresidente Luis Hierro López. El aporte de la oposición y el papel consensualizador del Pit-Cnt, esencialmente articulado por el sindicato bancario, cuya discordia no comprometía la paz social, fueron claves en evitar los grandes desbordes sociales y que el gobierno orquestase su salida y aprobase la ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario”, condición para recibir el préstamo de Estados Unidos que permitió reactivar el sistema financiero. ¿Hasta cuándo duró ese consenso? “Hasta que pasó lo peor”. En noviembre, el nacionalismo se retiró de la coalición de gobierno, “y del lado de la oposición, Tabaré Vázquez —que hubo de hacer mutis durante el pico de la crisis— reaparece un semestre después en duro tono opositor, con el cuestionamiento de la reprogramación de la deuda soberana”.

Gabriel Oddone, economista, socio de CPA Ferrere: “No es cierto que la crisis fue solo por el contagio”

Gabriel Oddone. Foto: Leonardo Mainé

El economista tenía 38 años cuando estalló la crisis. En estos días de revisión, se recuerda a sí mismo a mediados de 2002, viajando en ómnibus, camino a dar clases, observando por la ventanilla a los transeúntes de Montevideo y pensando amargamente “esta gente no tiene idea de lo que se le viene”.

Era un economista joven, pero en 2002 periodistas extranjeros y agencias calificadoras de riesgo buscaban su opinión. Temían un escenario similar al argentino.  ¿Cómo medía sus declaraciones, sabiendo que podían afectar la ayuda internacional? “Con mis colegas del Cinve éramos cuidadosos. Uno debía ser crítico para advertir los problemas, las decisiones incorrectas, pero al mismo tiempo no dinamitar”.

Uruguay sostenía desde 1990 un plan de estabilización basado en bandas cambiaras, que establecía un piso y un techo, con el objetivo de reducir la inflación. Esa meta ya se había cumplido, y a su vez proliferaban crisis en distintos países con el mismo sistema. El mayor impacto vino con la devaluación brasileña, el principal cliente comercial (40% de las exportaciones), que también afectó a Argentina, otro cliente clave (10% de las exportaciones), que atravesaba un shock severo con su sistema cambiario de paridad.

—Había que salir de ese plan, sin embargo (Alberto) Bensión cuando asume fue por el camino contrario, quería estrechar las bandas e ir casi a un tipo de cambio fijo, lo que creíamos un error.

—¿Cuánto pesó el contagio?

—No es cierto que la crisis ocurrió solo por contagio de Argentina y mala suerte. El país venía en recesión desde setiembre de 1998; en 1999 el crecimiento fue casi nulo. La macroeconomía en el mundo estaba cambiando y tenías, a su vez, alta exposición a dos países con esquemas cambiarios similares, pero uno lo había abandonado (Brasil) y otro estaba en shock (Argentina). Y, además, Uruguay tenía un sistema bancario frágil.

—Había más de 20 bancos privados, ¿de qué calidad?

—Una frase famosa de (Jorge) Pacheco Areco decía “en Uruguay los bancos no quiebran”, para achicar así el castigo político para el gobierno que vivía una crisis bancaria. Esto provocó que hubiera bancos zombies, que eran rescatados por el Estado y se vendían a grupos de menor calidad.

El gremio de funcionarios bancarios advertía que los controles del BCU eran débiles, pero se pospuso una reforma. Confiados en el blindaje, hubo argentinos que apenas irrumpió el corralito trajeron su dinero, otros retiraron.

—¿Fue un error no salvar al Banco Galicia?

—El banco era una offshore que operaba con depósitos de argentinos hasta que en 1998, nadie sabe por qué, el BCU le permitió operar como uno más. Cuando los argentinos empiezan a extraer su dinero, y se queda sin margen, el Estado no lo sostiene. Se cae la idea del blindaje, y ahí empieza una corrida argentina lenta, sobre otros bancos. Luego se suman los uruguayos.

—¿Influyó la promesa electoral de no devaluar?

—Sí. Se heredó una situación compleja, con poco margen de maniobra, y el mundo cambiaba, pero también el gobierno fue muy poco flexible y se fue comprando problemas.

—¿Por qué descartar el default?

—El gobierno hizo una excelente gestión con la estrategia del canje de la deuda. Nos oponíamos al default, porque llevábamos mucho tiempo cumpliendo con el pago, porque la reputación para Uruguay es crucial. Además, ya se había devaluado, ordenado la crisis bancaria, establecido nuevos controles, lo peor parecía haber quedado atrás;_y el país necesitaba acceso al crédito que no se iba a lograr con una restricción financiera.m

Eduardo “Lalo” Fernández, dirigente de AEBU y socialista: “Si no actuábamos con responsabilidad, todo se iba al carajo”

Eduardo “Lalo” Fernández. Foto: Francisco Flores.

Hoy casi retirado, Eduardo “Lalo” Fernández fue un hombre clave de la izquierda hasta hace no tanto. Ocupó la presidencia de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU) desde 1985 hasta 2005. Junto al fallecido Juanjo Ramos, era quizás el dirigente bancario más relevante en esa época. Es socialista y ocupó la secretaría general del partido entre 2006 y 2016. Hoy participa en forma habitual en el programa Polémica en el bar de canal 10.

El agua cae mansa en Antoniópolis, un bucólico paraje rochense a medio camino entre La Paloma y La Pedrera. “Está divino acá, no sabés cómo llovió anoche”, dice Eduardo “Lalo” Fernández desde su rancho a una cuadra y poco del océano. Ahí, en ese lugar de Rocha, pasa parte del año; “estoy jubilado”, cuenta este exempleado bancario, sindicalista y dirigente del Frente Amplio.

Mientras toma mate, su mente se va dos décadas hacia atrás:

—En un momento de la corrida, allá por febrero o marzo, el que llevaba el control era AEBU. Nadie lo llevaba. Ni el Banco Central, ¿eh?.

Entonces cuenta que los gerentes o funcionarios de las distintas dependencias de todo el país, tanto en banca oficial como privada, llamaban cada día y reportaban “cuántos dólares se habían ido”. A eso de las nueve o nueve y media de la noche tenían una idea aproximada de cuál había sido la corrida esa jornada.

—¿Pero cómo manejaban esa información tan relevante?

—Con cuidado, por supuesto. Saber que había habido una corrida, podía generar más corrida. Nosotros se lo pasábamos al Frente y después el senador (Jorge) Larrañaga también pidió que lo enviáramos. Y luego todos los blancos y los colorados.

AEBU no respaldó el feriado bancario decretado el 30 de julio de 2002 porque sostenía que esos días con los bancos cerrados iban a ayudar a generar más desconfianza.

—Qué tranquilidad podíamos tener nosotros si el Banco Comercial no tenía dueño, uno de los Rohm estaba en cana, el otro por Estados Unidos; el Montevideo-Caja Obrera había sido intervenido… Ahí nomás teníamos 2.000 bancarios en la calle. Vivíamos con un susto increíble —dice Fernández—. Pero el gremio había entendido que, si no se actuaba con responsabilidad, nos íbamos al carajo con el país.

En la interna del movimiento sindical algunos decían que AEBU “defendía a los bancos”, lo cual complicaba todo.

—Ignacio de Posadas relata que AEBU tenía una relación estrecha con Carlos Rohm… ¿Se llevaban bien?

—Sí, ¿cuál es el problema? Cuando Rohm asume, tuvimos una relación muy tirante pero Rohm era un banquero muy hábil y negoció bien con el sindicato y ordenó el banco (Comercial) cuando asumió. Claro, no estábamos de acuerdo con sus políticas. Yo no tenía la menor idea de que Rohm iba a robar, De Posadas quizás podría saberlo.

Dos décadas después, “Lalo” Fernández dice que el principal mérito del ministro Alejandro Atchugarry fue “habérsela jugado, al lado de él hubo otros, como (Leonardo) Neco Costa, el viejo Raúl Lago, José Villar”. Y que las versiones de que hubo movidas para que cayera el presidente Jorge Batlle, y quedara en su lugar el vice Luis Hierro, no son erradas:

—Sí, había movidas, lo sé perfectamente. Algunos porque estaban en contra de Batlle en el propio Partido Colorado, otros se oponían a sus políticas y él tenía posiciones muy duras en lo neoliberal. A nosotros no se nos pasó por la cabeza pedir la renuncia del presidente, defendíamos la institucionalidad. La dictadura aún estaba muy cerca.

Ignacio de Posadas, exministro de Economía: “Atchugarry no fue el salvador; sí un gran negociador”

Ignacio de Posadas. Foto: Estefanía Leal

Cuando da entrevistas, Ignacio de Posadas suele ser polémico. Es abogado y fue ministro de Economía en el gobierno de Luis Alberto Lacalle, entre 1992 y 1995. Sobre la crisis de 2002, asegura: “En la historia que a mí me tocó vivir, fue la más aguda, la más desestabilizante, porque amenazó la viabilidad económica del país. Un país del tamaño del nuestro queda muy indefenso, muy desnudo ante una especie de huracán que viene de afuera”.

Es un hecho: con el paso de los años ha ido creciendo el peso de la figura de Alejandro Atchugarry en la salida de la crisis. ¿Cuán importante fue desde aquel 24 de julio de 2002 al 20 de agosto de 2003, cuando se alejó? Ignacio de Posadas tiene una opinión no muy popular:

—No fue el salvador de la crisis —dice el abogado, ministro de Economía en el gobierno de Luis Alberto Lacalle—. Los temas externos y más sofisticados a nivel financiero no los dominaba, él sí fue muy importante en evitar explosiones internas y era su fuerte. Un gran negociador, un hombre calmo. Pero después se fue y no resistió la presión.

En su estudio en Carrasco, De Posadas menciona como dos pilares para “lograr enderezar la situación” a Isaac Alfie, quien luego fue ministro de Economía, y Julio de Brun en el Banco Central.

En los primeros 2000 él ya no formaba parte de los círculos centrales de la política uruguaya, pero sin embargo recibió un peculiar pedido: que viajara a Estados Unidos a dar una mano.

—El salvavidas debía venir desde el exterior —dice hoy De Posadas.

La historia se conoce poco:

—Había misiones a negociar a Estados Unidos, un trabajo muy intenso y con alto grado de nerviosismo de personas como Enrique Iglesias y Carlos Sténeri. Yo tenía muy buena relación de amistad con quien en ese momento era el chairman de la reserva federal de Nueva York, William MacDonald. Era quien estaba en el segundo puesto de peso en el mundo financiero americano después del chairman de la FED. Ayudó en esa pulseada durísima que había con el Fondo Monetario Internacional, que estaba en la tesis de que Uruguay debía plantear un default. Era un tema interesante para estudiar, ellos tenían una especie de inclinación académica pero a nosotros nos costaba el pellejo.

Y entonces cuenta:

—Allá marché, tuve una reunión muy dura con un chileno.

Se refiere, claro, a Eduardo Aninat, entonces subdirector gerente del FMI.

Su gestión tampoco destrabó las cosas.

—Pero hizo entender al FMI que lo que ellos contemplaban no iba a ocurrir —recuerda—. Después, pero no porque yo haya ido, se destrabó la posición del Tesoro Americano, vino el famoso avión con los dólares y todo eso.

—¿Estuvimos cerca de vivir una crisis institucional?

—Ahí hay cosas que yo no viví. Pero todo eso que ahora dicen, que había empresarios que hablaron con Luis Hierro para plantearle la salida de (Jorge) Batlle, nunca lo vi. Hay dos cosas que todo el mundo que estaba cerca de Jorge tenía claras: que no se iba a ir y que no iba a autorizar un default. A él se le iba la lengua, pero tenía cosas de estadista que las llevaba en la sangre.

Para De Posadas, hay una lección que dejó la crisis y es lo importante de mantener un diálogo entre los partidos.

—Las democracias no funcionan a los gritos, a los insultos, a las acusaciones. Debe haber un sustrato de entendimiento y lo estamos perdiendo. Es mala cosa.

—¿Habla de la famosa grieta?

—Sin duda.

—¿Pero eso no pasaba también antes?

—Había enfrentamientos, Tabaré Vázquez se equivocó grueso al pronunciarse a favor del default. Pero existía un mínimo de acuerdo, incluyendo al Pit.

Gabriel Quirici, profesor de Historia y diplomado en Historia Económica: “La crisis de 2002 le puso fin a un modelo económico”

Gabriel Quirici. Foto: Leonardo Mainé

Es profesor de Historia y da clases en varias facultades. Dice que en la crisis en Uruguay no hubo un “que se vayan todos” y que el rol del ministro Alejandro Atchugarry fue muy valioso porque rompió con una lógica de que “las tecnocracias tenían un don superior a la política” y sobre todo en economía.

 

En Uruguay hay registros de crisis financieras al menos cada 25 años, asegura el profesor de Historia Gabriel Quirici y el dato es fuerte. Entonces enumera:

—La primera que se conoce fue en 1868, la famosa crisis de oristas y cursistas, cuando estaba naciendo la plaza financiera moderna, el primer boom exportador de la lana y todo eso. Luego hubo otra crisis en 1875, después la famosa crisis de 1890 y más tarde un bajón muy importante, que golpeó financieramente al modelo agroexportador batllista, que fue la crisis de 1913. Allí hubo una gran inflación y no había crédito. Luego vinieron los efectos de la crisis de la Gran Depresión, que acá pegan en 1931. Ya luego hay que irse a la crisis de 1965 con la quiebra del primer banco de los Peirano y después 1982 con la tablita. Y llegamos a 2002.

En un alto en su trabajo académico, Quirici cuenta que estas crisis tienen elementos en común y otros distintos.

—Hay períodos de desarrollo de los procesos productivos, los formatos de negocios, las políticas económicas y demás que entran en cierto desgaste con la inserción internacional de Uruguay. Y generan desequilibrios que se vuelven críticos.

Lo diferente de esta crisis, según el profesor, es que fue la primera donde “el sector que presentaba mayor dinamismo era el financiero” pero no hubo una ruptura institucional. Porque en general las crisis estaban acompañados “de muchas inestabilidad políticas, con rupturas institucionales o procesos de deterioros de la convivencia política”.

—Pero sí derivó en un recambio político. Se derrumbó el Partido Colorado, se consolidaron figuras nuevas como Jorge Larrañaga y terminó de alentar la llegada al poder del Frente Amplio…

—Me da la impresión que la crisis terminó de animar a algunas personas con temor de que la izquierda en el gobierno generara un problema de inestabilidad económica. Tampoco podemos decir “el Frente ganó por la crisis”, no lo sabemos. Sí que la crisis despejó una incógnita: ya no se podía decir que con blancos y colorados había estabilidad económica. Y el Frente tenía en Danilo Astori a una cara muy amigable para los organismos internacionales. Larrañaga, en tanto, emerge como un crítico a las políticas más ortodoxas de la coalición de gobierno. Él había sido de los primeros en pedir que se fuera (Alberto) Bensión.

—A nivel económico, ¿podríamos decir que esta se encuentra entre las crisis más relevantes de la historia?

—Hasta 2002, me parece que la crisis que más había golpeado a un modelo económico fue la del 31. Fue el golpe definitivo al modelo agropexportador con desarrollo de la intervención del Estado en políticas públicas. La crisis de 2002, además de su impacto inmediato, también le pone fin a un modelo económico híbrido, de inserción de Uruguay a través de la plaza financiera, inaugurado en los 80, con empuje interesante en los 90 hasta la devaluación de Brasil. Lo que viene después de 2004 es otro modelo, que habrá que estudiar bien cuánto sigue ahora.

Verónica Filardo, socióloga: “Hubo una épica emocional, salimos de esto juntos”

Decenas de uruguayos hacen fila frente al Banco República. Foto: Archivo El País 2002

Una investigación en la que participó la socióloga Verónica Filardo concluyó que, aunque el incremento del desempleo entre 2002 y 2004 fue “imponente”, trepando al 20% en setiembre de 2002, no dejó cicatrices en la posterior reinserción en el mercado laboral de los hombres. A las mujeres, en cambio, les costó un poco más, “pero no es una cosa que sea significativa”, aclara. En definitiva, “no quedó eso como una marca indeleble”.

El desempleo trajo aparejado un aumento de la pobreza (llegó a medir 40% en 2004) y de la desigualdad. Sobre esto, Filardo advierte: “Este incremento tuvo diferentes efectos en distintas partes del país”. En Colonia y Maldonado la brecha se agrandó más que en ninguna otra parte.

El golpe de la crisis a nivel individual repercutió en las emociones, “desesperación, angustia, perturbaciones en la salud mental, un incremento de los suicidios”, detalla. Por un lado, se recibía el impacto de las noticias de Argentina, “el temor de si terminaríamos igual, si acá también se caería todo”. Por el otro, a raíz de los fraudes en el sistema bancario y la pérdida de reservas que conllevaron al feriado, “hubo un quiebre de lo esperado de las normas”. Dice: “Se vivió una anomia y de forma colectiva se perdió la confianza”.

A esto se sumó otro contagio: el de la emigración. “Se iban las personas en edad activa y los estudios indican que la partida no era únicamente porque acá no conseguían trabajo, era también porque acá no tenían expectativas de mejorar”. Fueron casi 30.000 los que partieron en 2002.

socio
Verónica Filardo.

¿Cómo puede interpretarse el episodio en que se difundió que hordas bajaban desde el Cerro saqueándolo todo?  “Creo que es un síntoma de muchas cosas, primero había un miedo sobre una proyección probable de que lo que sucedía en Argentina podría suceder acá. Después, una proyección probable con nombre: venían del Cerro, eso indica fragmentación social”.

Pero tras esa manifestación del miedo, “vino un freno”. “Hay gente que sostiene que fue a partir de las confianzas institucionales que pudo manejarse esa situación, dentro de ciertos controles”, plantea. “Hubo figuras que pudieron funcionar como una cohesión, tanto en organizaciones sociales como en el sistema político. Fue muy inteligente designar a una figura como Alejandro Atchugarry, mediadora, integradora, que transmitió que este no era un problema de un gobierno si no colectivo, lo que permitió manejar el conflicto con buena disposición de parte de todos”.

En el medio, otro elemento, “un capital” que permitió sostener “la vivencia” de la crisis: la organización civil espontánea para ayudar a los que estaban peor formando merenderos y ollas populares. Esto “marcó a una generación” y se replicó en la pandemia. “A la semana de declarada la emergencia sanitaria se crearon ollas, esto habla de una latencia que quedó ahí, por eso de la crisis me quedo con la épica emocional del salimos de esto juntos”. 


Textos: Sebastián Cabrera y Mariángel Solomita
Edición de Fotografía: Nicolás Pereyra y Fernando Ponzetto
Fotos: Leonardo Mainé, Estefanía Leal, Juan Manuel Ramos, Francisco Flores, Archivo El País
Diseño:TI El País