El comienzo del fin. Wimbledon 2021 fue el quiebre. Por el televisor se apreció cómo un joven Hubert Hurkacz lo barrió sin inconvenientes de los cuartos de final del torneo (6-3, 7-6 y 6-0). Lo dejó sacudido, sobrepasado, y en su discurso de despedida Federer cambió su clásico “nos vemos el año que viene” por un “no sé si volveré”. En el fondo se escondía la frustración de sentir molestias en una zona que lo obligó a pasar por el quirófano tres veces durante su carrera. Tal vez también el miedo de saber que sería su último baile.
Pero Federer no se rindió. Entrenó, entrenó y volvió a insistir. Dejó abierta la posibilidad de competir al siguiente Wimbledon. Los meses pasaron y las posibilidades fueron cayendo. Fue entonces que se propuso volver en la mejor forma durante 2023, cuando en realidad el cuerpo le venía dando señales de que parara hacía mucho tiempo.
Cuando parecía que su rodilla derecha le respondería, los médicos le volvieron a detectar liquido. Eso fue suficiente para empujarlo al retiro.
Lo que es seguro es que todo ese suspenso, que se había prolongado por un año en aras de un regreso monumental, llegó a su fin. Y con él expiró la ilusión de algunos nostálgicos que ansiaban volver a encontrarse con la mejor versión de Federer, aquella que deslumbró con la marca de 92 victorias y cinco derrotas en 2006 y que resurgió, con un estilo renovado, para regresar al número uno del mundo a comienzos de 2018.