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La hazaña de los Andes
A 50 años del accidente, la historia de los 72 días en la montaña

Hace 50 años, 45 uruguayos subieron a un avión que se cayó en la Cordillera de los Andes. Algunos le llaman tragedia. Otros, milagro o hazaña. Hubo 16 que volvieron a casa tras pasar más de dos meses en la montaña. En este podcast y en este documental, El País conmemora el aniversario del accidente aéreo más importante de la historia con testimonios, imágenes y videos. Una reconstrucción minuciosa de los 72 días en la montaña. Un homenaje a los que regresaron. Y a los que no.

“Frente al caos y al terror y a la tragedia, asomaba un milagro: había vivos, y éramos 29. Y aprecié la vida por primera vez, no como un derecho, sino como algo que había que merecerla y hacer para merecerla. Ese es el inicio de esta historia”.

José Luis Inciarte

“Quince minutos antes del accidente estabas en el último lugar y pasás al primero, te salvás del choque y te salvás de otra cantidad de cosas: del alud, de todo lo que pasó y seguís para adelante. Entonces te cuestionás eso, el porqué te pasan esas cosas, no tenés respuesta, pero es parte de la vida”.

Antonio Vizintín

¿Cómo ocurrió el accidente?

“Era la primera vez que viajaba en avión. Tenía 20 años. Eran cuatro días de fiesta y jolgorio y yo estaba muy entusiasmado y feliz del viaje que íbamos a hacer”.

Roy Harley

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En el antiguo Aeropuerto de Carrasco se vivía una fiesta: una pequeña multitud, en su mayoría jóvenes que nunca habían volado en avión, se preparaba para vivir una aventura. Pero el viaje, que iba directo a Santiago de Chile, tuvo que aterrizar en Mendoza. La pequeña parada se extendió más de lo esperado, causó molestias, cambió planes y solo aumentó la ansiedad por llegar a Chile.

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Las condiciones climáticas no eran las mejores; sin embargo, el avión despegó de Mendoza el viernes 13 de octubre de 1972. El paisaje era contradictorio: por un lado, ríos, lagos, rocas. Por el otro, la inmensa cordillera pintada de blanco. El clima de fiesta dio paso al caos y para cuando alguien preguntó si era normal volar tan cerca de las montañas, ya era tarde. Entonces vino el impacto, la caída, el silencio. Y el desastre.

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“Yo puedo decirte cómo fue el accidente, pero no por qué. Por qué cometieron ese error no lo sé. Si es cierto que cuando uno se va para arriba se junta, le voy a preguntar: ‘Dígame don gordo, ¿por qué se equivocó?’”

Coronel retirado Enrique Crosa

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Olor a querosén, un frío irreconocible, gritos, llanto. Un paisaje que parecía no tener fin, blanco, desolado, vacío. Caos. Ese viernes 13, alrededor solo había nieve y caos. Los sobrevivientes del accidente de los Andes, que para esa noche eran 32, conocieron el infierno. Y debieron trabajar en conjunto para sobrellevar la oscuridad y la soledad de la montaña. 

En el Valle de las Lágrimas, en esa eternidad uniforme y blanca, se creó una sociedad imposible. En la tragedia, en el milagro, en la hazaña, ese paisaje fue escenario de una nueva realidad: la Sociedad de la Nieve. Un equipo de 29 personas rápidamente entendió que había que actuar para sobrevivir, y escuchó la peor noticia: el Servicio Aéreo de Rescate chileno no los iba a buscar más. ¿Y cómo se resiste en condiciones así? El grupo iba a atravesar uno de sus momentos críticos.

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“Siento que la nieve me pasa, pega contra la mampara de la cabina y rebota, me tapa y me aprieta más. ¿Y ahí qué piensa el ser humano? No se desespera, es al revés. Yo me aflojé. Me oriné encima. Todos los músculos del cuerpo estaban flácidos y me morí. Me morí sin sentir la sensación de ahogo”.

Adolfo Strauch

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Allí la vida era otra cosa. En ese caos, en esa desazón, en ese afán por sobrevivir, habían aprendido a transitar las horas, a crear rutinas. Trabajaban para salir de la montaña, con bajones anímicos, con deterioros físicos, pero trabajaban. Pero estaba por venir la segunda peor noche de sus vidas: un alud llenaría de nieve el fuselaje y los dejaría aplastados, helados y sin aire. Fue una carrera contra el tiempo, y después, fueron tres días en la oscuridad. ¿Qué decide quién se salva y quién se va?

En las expediciones, en las pequeñas –y eternas– caminatas por la nieve, los sobrevivientes se dieron cuenta de que no estaban en la precordillera, como creían, sino en un punto perdido en el medio de la Cordillera de los Andes. Primero fue el instinto; luego la preparación, la frustración, el dolor, y después, la creación de un plan. En la montaña, una última muerte iba a ser el aviso claro de que ya no podían esperar más: había que salir de ahí.

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“El amor, el amor al prójimo de preocuparte más por el otro que por ti. Ese sentimiento es el que nos fortalecía. Porque esta es una historia de amor, también”.

Daniel Fernández

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Un sobre de dormir casero, capas y capas de ropa, mochilas con alimento, abrigo y esperanzas. Fue así que Antonio Vizintín, Roberto Canessa y Fernando Parrado emprendieron la caminata conocida como la expedición final. El primero tuvo que volver; los otros dos siguieron escalando, andando y recorriendo la cordillera durante 10 días. Hasta que vieron pasto, agua, y un pequeño punto en movimiento: un hombre al que le enviaron la carta que decía “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo”.

Aquel punto en movimiento era un hombre, Sergio Catalán, el arriero que significaría la salvación de Canessa, Parrado y los 14 amigos que habían quedado en el Valle de las Lágrimas. En la previa de Navidad, comenzó el rescate tras más de 70 días en la montaña. Hubo reencuentros, impactos y muchas preguntas. En la última noche en la Cordillera, un rescatista durmió junto a los últimos sobrevivientes, les enseñó un poema y acompañó sus horas claves. El 23, la Sociedad de la Nieve abandonó el fuselaje para siempre.

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“Fue uno de los momentos de mayor alegría de nuestras vidas, ¿no? Imagínate que todo lo que habíamos hecho, todo lo que veíamos, todo el esfuerzo que se había hecho, la confianza que habíamos depositado en esas dos personas que hicieron un esfuerzo enorme para llegar a donde llegaron”.

Alvaro Mangino

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Todas las personas que fueron parte de esta historia dicen algo parecido: que la montaña es algo que no se olvida, que se queda, que permanece. Que cada uno, dicen, tuvo su propia cordillera. Los sobrevivientes, sus familias, las familias de los que no volvieron, periodistas, rescatistas: cada uno de ellos vivió la historia a su manera. Cada uno de ellos vivió el milagro, la tragedia, la alegría y el duelo como pudo. Esta historia ya fue contada, se sigue contando, y tiene tantas miradas y matices como personas involucra.

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