Milton
Wynants
A 20 años de la medalla olímpica

El deporte uruguayo conoce y mucho de hazañas. El esfuerzo, el sacrificio y la dedicación son algunos de los aspectos que sacan a relucir nuestros atletas cuando se trata de defender a la Celeste. A pesar de los sueños, muchas veces se convive con el trago amargo de la derrota o un mal resultado, pero cada tanto hay lugar para saborear triunfos y conquistas que forman parte de una rica historia deportiva.

En los Juegos Olímpicos, Uruguay se subió al podio en solo 10 oportunidades. Ganó dos medallas de oro, dos de plata y seis de bronce. La primera vez fue en París 1924, con un oro de la mano del fútbol. La última, en Sídney 2000, con la plata que tuvo al ciclismo como protagonista y cortó una racha de 36 años sin conquistas que se alargaba desde Tokio 1964, donde el boxeo obtuvo un bronce. 

El ciclismo, ese deporte tan popular que tiene en Rutas de América y la Vuelta Ciclista del Uruguay las dos fiestas nacionales de su calendario anual, fue testigo de la última gran hazaña uruguaya en la cita olímpica. Y esa gesta tiene nombre y apellido: Milton Wynants. 

El 20 de septiembre del año 2000, el sanducero nacido el 28 de marzo de 1972 sorprendió al mundo en el Velódromo Dunc Gray en la prueba por puntos.

Tras haber quedado en el undécimo lugar en Atlanta 1996, sus primeros Juegos Olímpicos, la mentalidad del “Gorra” cambió pensando en Sídney 2000. A pesar de que llegó a la gran cita como invitado, estaba preparado para lograr algo importante.
Hoy, a 20 años de su inolvidable proeza, Milton recuerda aquel momento mientras trabaja en su comercio de bicicletas en Paysandú, entrena a su esposa que se apronta para una competencia ciclística y también a un grupo de jóvenes que sueñan con ser como él en el futuro.

Milton 20 años después: la bicicleta, un estilo de vida

La relación de Milton Wynants con el ciclismo comenzó a los 11 años y no tiene, por ahora, fecha de caducidad. El “Gorra”, a sus 48 años y a 20 de haber logrado la medalla de plata en Sídney, respira ciclismo, siente el ciclismo y ama al ciclismo. Ese deporte lo hizo conocido a nivel local e internacional, le dio un nombre en el deporte uruguayo y, sobre todo, lo llevó a triunfar en el escenario mayor del deporte mundial.

En 2007 abrió “Milton Wynants Sport Bike”, un comercio que comenzó siendo un taller en el que también trabajaban su esposa Marlene Castrillón y Alexis Rodríguez, el mecánico que lo acompañó durante más de 20 años. Hoy en día recibe un subsidio económico gracias a la Ley 17.850 que le otorga a los ganadores de medallas olímpicas “una pensión graciable equivalente a cinco prestaciones”. 

Mezclar la pasión con el trabajo sigue siendo una de las grandes premisas de Milton y además de dedicarle varias horas a su comercio en el centro de la ciudad de Paysandú, también entrena a su esposa y a un grupo de jóvenes que recién empiezan en el deporte.

“Hace unos meses empezamos a salir con Marlene (su esposa) porque le picó el bichito de la bicicleta, no sé por qué (se ríe), y tenemos pensado que compita en las Rutas de América que pueden llegar a hacerse en noviembre. Sirve para entrenar, para fijarse un objetivo y también por un tema de salud, para que estemos en movimiento”, explicó.

La semana de Wynants se divide entre el trabajo, los kilómetros en ruta con Marlene y los entrenamientos en la pista con los gurises sanduceros. “Me levanto temprano, llevo a mi hijo al Liceo, abro el comercio a las 8:30, lo cierro al mediodía y salimos con mi señora a meter unos kilómetros de ruta. Los martes y jueves no abrimos de tarde porque vamos al velódromo con el grupo de chicos que estamos entrenando en pista también los sábados —día en el que hacen beneficios con tortas fritas y rifas para pagar algunos materiales—. Vuelvo y me quedo tranquilo en casa, ya no estoy para andar a las corridas. Me quedo a descansar y a disfrutar de la familia y estufa en invierno”.

Pero nadie es profeta en su tierra. En 2019, cuando empezó a entrenar a ese grupo de jóvenes no la tuvo tan fácil para poder usar el velódromo que lleva su nombre: “Tenía que pedir una autorización en la Intendencia. La pedí y después iba con el permiso. El encargado me decía que no podía entrar con el tráiler y las bicicletas a la pelousse (el centro del velódromo). Me lo dijo una vez, dos veces, pero yo seguí yendo. 

Milton y Marlene tienen dos hijos: Luciana, de 18 años, e Iván, de 14. Ninguno de los dos heredó la pasión por la bicicleta, pero sí por el deporte. Ella hace patín desde muy chica y él juega al fútbol en Barrio Obrero de Paysandú. Es lateral izquierdo.

Entre el comercio, el viejo anhelo de formar un club ciclista propio y el entrenamiento con un grupo de gurises, el “Gorra” quiere devolverle al ciclismo algo de todo lo que este deporte le dio: “Creo que tengo que ser agradecido, por eso trato de volcar un poco de lo que aprendí. Porque todo lo que hice fue con esfuerzo, con apoyo de mi familia y con dedicación. Eso es un poquito también de lo que hay que inculcarles a ellos, porque nadie les va a regalar nada. Yo estoy para ayudarlos, para ir enseñándoles lo que es la pista ya que recién se están formando. Tienen que ponerle ganas y esfuerzo a todo porque si se ponen una meta, se dedican a eso que les gusta, tienen constancia y trabajan, los resultados tarde o temprano van a llegar”.

El ciclismo llegó para quedarse

Milton Wynants jugaba al fútbol en el Club Atlético Litoral y, según su primo Mario, en caso de no haber sido ciclista, perfectamente podría haber triunfado con la pelota porque era un gran jugador: zurdo y rápido. 

A los 11 años, Luis Vázquez, un tío por parte materna le hizo una apuesta: si metés un gol, te regalo una bicicleta. Esa tarde el “Gorra” la mandó a guardar y volvió a su casa sobre ruedas. Así comenzó el idilio.

El regalo de la bicicleta no fue casualidad. El ciclismo era tema de charla —y lo sigue siendo— en cada encuentro o conversación familiar. El padre de Milton también era fanático de este deporte y, junto a sus hermanos —tíos del “Gorra”—, formaron el Club La Unidad, que llevaba el nombre de la herrería propiedad de la familia.

Milton se alejó del fútbol y empezó a vislumbrar un futuro promisorio en el ciclismo. Junto a su primo Mario —quien supo ser campeón del Mundial B en Sudáfrica— colaboraban en la herrería y salían a la ruta a hacer kilómetros. Así dividían el día.

“En la herrería nos dedicábamos a pintar porque otra cosa no sabíamos. Pintábamos las aberturas y otros trabajos. Pintar es un decir porque nos mirabas la ropa y estábamos más pintados nosotros que las aberturas”, contó entre risas Mario Wynants, quien en los primeros años compitió junto a Milton. Los dos llegaron a correr con otro primo, usando camisetas con los colores de Bélgica en homenaje al apellido Wynants, originario de ese país.

El regalo de la bicicleta no fue casualidad. El ciclismo era tema de charla —y lo sigue siendo— en cada encuentro o conversación familiar.

El regalo de la bicicleta no fue casualidad. El ciclismo era tema de charla —y lo sigue siendo— en cada encuentro o conversación familiar.

Los años pasaban y el ciclismo seguía siendo el gran objetivo del “Gorra”. Dejó el Liceo y no estudió más. Tenía una meta clara. Quería ser ciclista profesional y se veía pasta para construir una carrera que iba a tener el techo más alto: una medalla en los Juegos Olímpicos. 

Fue todo a impulso familiar, trabajo y dedicación. Empezaron las competencias locales, luego las departamentales, corrió la Vuelta de la Juventud y, junto a su padre, su tío y su primo Mario, comenzaron a viajar a Montevideo a los Campeonatos de Invierno en el Velódromo Municipal. Viajaban en Agencia Central de madrugada, llegaban a la terminal de la Avenida Rondeau, desayunaban y de ahí se iban pedaleando hasta el Parque Batlle.

Ese fue uno de los grandes puntos de partida de Milton. Los clubes de la capital ya lo tenían visto de otras competencias, pero en Montevideo confirmaba que tenía potencial. “Al principio me costó, pero gracias al apoyo familiar teníamos tiempo para trabajar y entrenar hasta que llegó un momento en el que tuve que elegir si seguir trabajando o correr en bicicleta. Tenía 17 años. Me quedé con la bici y después vino todo”, recordó. 

En 1992, luego de competir en varias pruebas nacionales, Wynants firmó con el Club Atlético Policial. Empezó a ganar sus primeros pesos como corredor profesional sin imaginar todo lo que iba a llegar después. Debutó en Rutas de América con 19 años y logró el segundo puesto. Al año siguiente fue tercero y de a poco se fue metiendo en la conversación con los grandes competidores de la época como Federico Moreira, José Asconeguy, Gustavo Figueredo, Sergio Tesitore, entre otros.

Los años pasaban y el ciclismo seguía siendo el gran objetivo del “Gorra”. Dejó el Liceo y no estudió más. Tenía una meta clara. Quería ser ciclista profesional y se veía pasta para construir una carrera que iba a tener el techo más alto: una medalla en los Juegos Olímpicos. 

Fue todo a impulso familiar, trabajo y dedicación. Empezaron las competencias locales, luego las departamentales, corrió la Vuelta de la Juventud y, junto a su padre, su tío y su primo Mario, comenzaron a viajar a Montevideo a los Campeonatos de Invierno en el Velódromo Municipal. Viajaban en Agencia Central de madrugada, llegaban a la terminal de la Avenida Rondeau, desayunaban y de ahí se iban pedaleando hasta el Parque Batlle.

Ese fue uno de los grandes puntos de partida de Milton. Los clubes de la capital ya lo tenían visto de otras competencias, pero en Montevideo confirmaba que tenía potencial. “Al principio me costó, pero gracias al apoyo familiar teníamos tiempo para trabajar y entrenar hasta que llegó un momento en el que tuve que elegir si seguir trabajando o correr en bicicleta. Tenía 17 años. Me quedé con la bici y después vino todo”, recordó. 

En 1992, luego de competir en varias pruebas nacionales, Wynants firmó con el Club Atlético Policial. Empezó a ganar sus primeros pesos como corredor profesional sin imaginar todo lo que iba a llegar después. Debutó en Rutas de América con 19 años y logró el segundo puesto. Al año siguiente fue tercero y de a poco se fue metiendo en la conversación con los grandes competidores de la época como Federico Moreira, José Asconeguy, Gustavo Figueredo, Sergio Tesitore, entre otros.

El camino a Sídney

La década del 90 fue una de las épocas doradas del ciclismo uruguayo. Clubes que se armaban con los mejores competidores a los que les pagaban un sueldo, auspiciantes que apoyaban las competencias y popularidad de las clásicas pruebas —Rutas de América y Vuelta Ciclista del Uruguay— a flor de piel en cada pueblo al que llegaba el pelotón.

Esa competencia interna dio frutos en el plano internacional. En los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995, el nombre de Milton Wynants empezó a sonar fuerte. Ese joven que había llegado desde Paysandú a Montevideo con el objetivo de entreverarse con los mejores en el circuito nacional, logró la medalla de plata y la clasificación a los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. “Sinceramente, iba para participar. Porque cuando nos tocaba salir al exterior con un bronce ya estábamos todos contentos y satisfechos. Era meritorio. Pero con ese segundo lugar conseguí la clasificación a Atlanta y fue una locura. De ahí en más, el objetivo era seguir creciendo e intentar ser competitivos en todas las pruebas que iban a llegar”, le contó el “Gorra” a El País. 

Mar del Plata marcó el inicio de un ciclo que se iba a volver inolvidable para el sanducero porque, tras esa medalla en 1995, Wynants ganó la Vuelta Ciclista del Uruguay al año siguiente. Por ese entonces se asomaba su primera experiencia olímpica: “Todo deportista aspira a eso. Estás con los mejores. Lamentablemente, como uruguayos no soñamos mucho con medallas, pero sí con estar presentes. Y poder cumplir ese sueño ya era un paso enorme en mi carrera. Siempre decimos que lo más importante es estar presente, pero ni ahí de imaginarnos con ganar una medalla. No sé en qué va, si es por cómo es nuestro deporte, por el apoyo, por el nivel, no lo sé, pero siempre parece algo inalcanzable el subirse a un podio olímpico. Pero yo soy de los que piensa que inalcanzable no hay nada y más cuando uno le pone trabajo, dedicación, cuando hace las cosas con gusto y disfruta de lo que hace”, explicó.

"Lamentablemente, como uruguayos no soñamos mucho con medallas, pero sí con estar presentes"
"Lamentablemente, como uruguayos no soñamos mucho con medallas, pero sí con estar presentes"

Y así fue. Wynants disfrutó de Atlanta 1996. Disfrutó de ser parte de la delegación uruguaya. Disfrutó del desfile inaugural. Disfrutó de la fiesta. También se encontró con un mundo totalmente desconocido, con rivales a los que jamás se había enfrentado y que estaban por encima de su nivel. Pero allá fue el sanducero a probar suerte, a ver qué pasaba y sobre todo, a dar pelea. 

El undécimo lugar no lo conformó. En el siguiente ciclo olímpico el “Gorra” redobló esfuerzos y buscó la clasificación a Sídney 2000. No la pudo conseguir mediante la competencia. ¿Qué pasó? Durante lo que quedaba de 1996 y por todo 1997 el ciclista sanducero no tuvo competencia internacional. En 1998 viajó a Ecuador a un Sudamericano de la disciplina y defraudó. Al año siguiente vinieron los Juegos Panamericanos de Winnipeg y el “Gorra” logró una medalla de bronce insatisfactoria para él. Quería estar más arriba. Después de aquella primera experiencia olímpica, la ambición había crecido.

En 1999 Uruguay fue sede del Mundial B Amateur en el que estaban en juego varias clasificaciones a los Juegos Olímpicos. Había que ser primero para lograr el cupo. Milton Wynants fue segundo en la prueba por puntos. Pero no estaba dicha la última palabra. Gracias a algunas gestiones del Comité Olímpico Uruguayo llegó una wild card (invitación) para el ciclismo y el elegido fue el “Gorra”.

Un objetivo claro: mejorar lo de Atlanta

Luego de varios meses de incertidumbre, Milton Wynants consiguió su cupo en Sídney 2000 y arrancó una preparación que tenía una meta clara: mejorar el resultado de Atlanta. “El objetivo era estar entre los 10 mejores, por ahí octavo o noveno”, recordó. Sabía que tenía potencial para destacarse en el deportivo y lo hizo. Pero nada en el camino fue fácil. 

A poco de los Juegos Olímpicos de Sídney, Milton rompió la bicicleta en una de las competencias internacionales preparatorias en Colombia. Era julio y a fines de agosto el “Gorra” viajaba a Australia para encarar el último tramo de los aprontes para la gran cita. 

“Como dice el dicho, no hay mal que por bien no venga. Con la beca del Comité Olímpico Uruguayo que eran 400 dólares por mes durante cinco meses junté 2.000 dólares. Más 500 que me dieron en la Federación Ciclista Uruguaya, reunía 2.500. Me daba para comprar una bicicleta nueva y agarré el auto, me fui con mi señora a Buenos Aires y la pude comprar. Privitera era la marca. Me sacaron las medidas y a los 15 días me la mandaron a casa”, rememoró con una sonrisa pícara donde se refleja la incertidumbre de aquel momento mezclada con el dulce sabor de lo que vino después.

Junto a Gregorio Bare —ciclista que había clasificado a Sídney 2000 tras su brillante actuación en el Mundial B Amateur de Uruguay en 1999 consiguiendo dos medallas de oro en pista y una de plata en ruta— y el entrenador Hugo Scricky, Milton Wynants se embarcó en otro gran sueño olímpico. La colonia de uruguayos en Australia fue clave para los últimos tramos de la preparación del “Gorra” y así lo recuerda: “Llegamos y nos recibió la familia Salas me acuerdo. Nos dieron una gran mano en todo sentido porque era un país que no conocía”.

Con más de un mes de anticipación, el sanducero se fue a Australia para aclimatarse, competir en algunas pruebas locales y aprontar el gran desafío de la mejor manera posible. Milton solo iba a competir en la prueba por puntos, pero, en el ciclismo, la competencia de pista necesita de la ruta y viceversa para lograr el mejor rendimiento. A los entrenamientos en el velódromo, Wynants le sumó competencias en ruta porque quería estar a la altura. Atlanta había sido puro disfrute. En Sídney, el “Gorra” sabía que estaba para algo más.

El profesionalismo y el objetivo le ganaron al corazón y al disfrute

En una decisión complicada, Milton Wynants optó por no asistir a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Sídney. Su idea era no perder tiempo, descansar y entrenar, no malgastar energías más allá de que el sanducero se iba a perder una verdadera fiesta mundial del deporte.

“Uno sufre el hecho de estar muchas horas parado y caminar. El desfile son unas cuantas horas, desde la previa, esperar el viaje al estadio con toda la delegación, la fiesta en sí y el regreso. Nosotros teníamos una meta que era estar dentro de los 10 mejores y para lograrla teníamos que hacer todo bien. Había que tomar buenas decisiones y entendimos que lo mejor era no desfilar. Me dolía porque no sabía cómo me iba a ir en la competencia. Pero optamos por no ir, descansar y al otro día estar con todo para poder entrenar nuevamente. Es como una trasnochada cuando al otro día tenés que trabajar. Si te acostás a la 1 o 2 de la mañana y entrás a las 7, lo sentís. Esto es lo mismo porque a la Villa Olímpica volvés tardísimo. Son un montón de horas”, contó el “Gorra”.

En Atlanta 1996, el sanducero ya había saboreado ese gustito del disfrute olímpico. Pero todo cambió con miras a Sídney: “Todo deportista quiere estar ahí desfilando. Escuchar el nombre de Uruguay en el estadio te eriza la piel y desfilar con tus compatriotas es algo impagable. Tuve la oportunidad en Estados Unidos, la disfruté y fue inolvidable. Pero para Australia se pensó de otra manera. Yo estaba más maduro, tenía la experiencia de la competencia anterior y preferí cuidarme. Creo que sirvió (se ríe)”.

Rumbo al éxito inesperado

Cuando Milton llegó a Australia, de movida empezó a entrenar en un velódromo que no era el de la competencia ya que en ese recién pudo comenzar a hacerlo unos días antes de la prueba, al igual que el resto de los competidores. Además, metía ruta junto a Gregorio Bare y el hijo de la familia que los recibió, que era profesional. “Nos dio una mano bárbara para salir a la ruta y conseguir competencias porque de lo contrario no sabíamos para dónde ir”, recordó. 

Las sensaciones del “Gorra” eran buenas. Sin problemas físicos, descansado y con la meta clara, a pocos días de la competencia tuvo un entrenamiento en pista con los rivales a los que se iba a enfrentar el 20 de septiembre en el Velódromo Dunc Gray.

Milton contó una anécdota que pinta a la perfección lo que fue el camino al éxito en una carrera que lo marcó para siempre: “Estábamos en el velódromo, el mismo en el que íbamos a competir, y nos ponen una moto que empieza a girar. Estaba el español Joan Llaneras, un italiano, un suizo y yo iba sexto. Era una vuelta cada uno atrás de la moto. Subía y bajaba por la pista. Agarré una escalera y seguía. Venía otra vuelta, empezaba otra vez la levantada y la cosa era cada vez más rápida, con mayor velocidad hasta que en un momento la moto iba como a 70 kilómetros por hora. Y yo seguía el ritmo. Ahí me di cuenta que estaba bien, porque varios empezaban a explotar, a no aguantar, hasta que quedábamos seis atrás de la moto. Después cinco, cuatro, tres. Subías y, en vez de tirarte a rueda, seguías subiendo hasta que quedamos Llaneras y yo. El español hizo una vuelta más, yo me abrí y salí. Pero andábamos a 70 kilómetros por hora y con muy buenas sensaciones porque además estábamos muy cerca del día de la competencia”.

El “Gorra” le competía de igual a igual a los mejores del mundo en la prueba por puntos y cada día que pasaba, el convencimiento le iba ganando a los nervios. Se probó en el velódromo y se volvió a la Villa Olímpica con el pecho inflado, sin creérsela, pero sabiendo que algo bueno se podía venir. 

“Yo iba al ritmo de ellos. Nunca pensé lo que iba a suceder después porque la carrera es otra cosa, la estrategia es otra, hay otras oportunidades y hay que salir a buscar en algún momento de la prueba”, contó.

Otro aspecto clave para Milton fue la comunicación con su familia. Todos los días llamaba a su padre para contarle lo que había hecho, cómo se sentía y cómo iba todo por Sídney. El tema central de las conversaciones era, claro, el ciclismo, ese deporte que le tenía preparada una alegría de por vida a Wynants.

20 de septiembre, el día más recordado

Luego de meses de incertidumbre, la invitación, la preparación y la ansiedad, llegó el día esperado y a Milton Wynants le tocaba ir en busca de su objetivo principal: quedar entre los 10 mejores de la prueba por puntos de ciclismo en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000.

“La carrera se largaba a las 20 horas. Tuve un descanso a la tarde para después merendar algo y salir pedaleando desde la Villa al velódromo, que era relativamente cerca. Fui rodando con tiempo y tranquilo para llegar una hora antes. Me preparé con el entrenador y llegó el momento de competir. Ahí los nervios se hacían”, recordó Milton. 

Fiel al sacrificio y la humildad del deporte uruguayo, la ropa con la que compitió el “Gorra” era usada. Hasta tenía un agujero que Bare tapó con el número de la competencia. Además, el cierre no le llegaba a cerrar el cuello y le tuvo que cortar las mangas. Wynants admitió que “es increíble que eso pase en unos Juegos Olímpicos. Son cosas que pasan solo en Uruguay”.

Llegó el momento de correr. Los rivales, entre otros, eran el español Joan Llaneras, el italiano Silvio Martinello, el suizo Bruno Ricci, el argentino Juan Esteban Curuchet. El nivel era el más alto, exigente y muy parejo. No había muchos favoritos, pero nadie pensaba que un tal Milton Wynants podía dar el gran batacazo en Sídney 2000. 

Ni Milton, ni su entrenador, ni Gregorio Bare, ni los 3 millones de uruguayos se imaginaban lo que iba a venir. “Se larga la competencia y las sensaciones eran buenas. Trataba de buscar las oportunidades en el momento. La prueba por puntos es una competencia en la que tenés que estar bien atento. Entonces, cuando las sensaciones son buenas, vas para adelante y buscás puntitos porque cada 10 vueltas tenés un sprint. Cada tanto miraba el tablero para tener un pantallazo y yo estaba ahí arriba. El objetivo principal que era estar entre los 10 mejores se estaba logrando y a falta de pocas vueltas estaba cuarto. Ahí dije, me tiro con todo a ver si sumo algún puntito más y bueno… Me dio para sumar y llegar al segundo puesto”, relató.“

Si bien te favorece que no te tengan mucho en cuenta como candidato, yo no me guié por lo que eran mis rivales sino que salí decidido a hacer mi carrera”, recordó.

¿Cómo fue cruzar esa meta y saber que habías logrado una medalla?
-Fue algo increíble porque, en realidad, yo festejaba el tercer puesto. Pasé la meta, levanté el brazo y festejé el tercer lugar porque a falta de 10 vueltas estaba cuarto. En el último sprint podía llegar al tercero pero cuando me bajo de la bici y estaba celebrando el bronce, Hugo Scricky, el mecánico Juan Gómez, la doctora Mautone y las secretarias que estaban ahí del Comité Olímpico Uruguayo me dicen ‘¡segundo, segundo!’.

¿Qué fue lo primero que se te cruzó por la cabeza tras ganar la plata?
-Emoción. Alegría. Felicidad por lo que se había conseguido porque era inesperado para muchos y por supuesto para mí también porque no esperaba un podio. La meta era mejorar lo de Atlanta y quedar entre los 10 primeros.

¿A quién fue llamaste luego de ganar la medalla?
-A la primera persona que llamé fue a mi padre. Apenas terminó la carrera y la premiación lo llamé desde el velódromo con un teléfono que me dieron. Era un momento de muchísima alegría para mí y por supuesto para él porque siempre me acompañó en todo, siempre fue conmigo a todos lados y todo lo que hice fue gracias a él. Se lo debo a él. Me acuerdo que desde chico ya me inculcaba mucha disciplina con el entrenamiento, la rutina y el descanso. En ese tiempo yo decía ‘pero cómo joden, eh’, pero ahora mirás para atrás y lo valorás muchísimo. A las 20:30 ya me llamaba para cenar porque después había que descansar para entrenar al otro día. Fue muy importante eso para mí, crecer con esos hábitos. Fue como retribuirle en parte todo lo que hizo por mí.

¿Cómo fue el después en Australia?
– Estaba viviendo algo increíble, algo que no esperaba. Era un sueño. Yo quería llegar a los Juegos Olímpicos, correr y volver enseguida a Uruguay porque hacía un mes y algo que estaba afuera. Pero después de eso seguí viviendo una locura. Cosas que no esperaba, como recorrer Australia junto a mi señora, que viajó gracias a una invitación del Comité Olímpico Uruguayo.

El después tuvo presencias olímpicas y algunas decepciones

Luego de la medalla de plata en Sídney 2000, el camino rumbo a Atenas 2004 fue diferente para Milton Wynants. Tenía apoyo del Ministerio de Turismo y Deporte y también del Comité Olímpico Uruguayo, con una beca. 

En 2001 fue cuarto en el Mundial de Bélgica, la tierra de la que heredó el apellido. Después le tocó superar un trago amargo: el 17 de diciembre de 2002 sufrió un accidente entrenando en la ruta en Paysandú, perdió el conocimiento y estuvo internado tres días en el CTI. Muchos decían que no iba a volver a ser el de antes, pero pocos conocían al “Gorra”. 

La meta de Milton seguía siendo volver a los Juegos Olímpicos. Atenas 2004 era el próximo objetivo y lo iba conseguir en base al esfuerzo que le puso a su carrera. Pero otra vez el camino no sería fácil. En 2002 fue noveno en Dinamarca y en 2003 tuvo una brillante actuación en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo logrando dos medallas de oro en República Dominicana. Lo que había sucedido en Sídney no era casualidad. 

Rumbo a los Juegos Olímpicos, el sanducero tenía que decir presente en las cuatro instancias de la Copa del Mundo de ciclismo para sumar puntos en el ranking. Fue a Rusia, México, Inglaterra y Australia. En el Mundial fue medalla de plata y quedó a cuatro puntos del título de campeón en pista: “Me quedó ese saborcito amargo porque estuve muy cerca del oro, pero el objetivo era clasificarme a Atenas 2004 y ahí lo conseguí. Faltando 17 vueltas me caí y me perdí los últimos dos embalajes. Quién sabe qué hubiese pasado si no me caía…”, recordó. 

Con el pasaje a Grecia en el bolsillo, el “Gorra” afrontó la preparación en Estados Unidos. Ahora Wynants sabía que había un país entero mirándolo. Tres millones expectantes por otro resultado como el de Sídney. Era el abanderado de la delegación y no participó del desfile porque seguía en Estados Unidos, entrenando con la meta de llegar de la mejor manera a la competencia.

La prueba pasó y quedó noveno. Se fue conforme con su actuación pero no con el resultado. Milton quería más. Los Juegos Olímpicos ya eran una obsesión y todos sus esfuerzos estaban puestos en poder clasificarse a la gran cita del deporte.

El apoyo rumbo a Beijing 2008 ya no fue el mismo. No hubo tantas competencias y nuevamente llegó una wild card para que el sanducero lograra su cuarta participación en Juegos Olímpicos. Hizo una extensa preparación en Europa que, sin embargo, no lo conformó. Llegó a China, entrenó unos días e, insólitamente, una barrita de cereales con chips de chocolate le arruinó el sueño de resaltar en la prueba por puntos. Lo contó 12 años después: “Vos podés perder con sensaciones buenas. Fueron mejor que vos y punto. Pero ahí no pasó eso. Fue muy feo para mí no poder llegar al nivel que esperaba porque estaba mal. Me dio mucha impotencia porque perdí una posibilidad de estar de nuevo ahí entre los mejores de la prueba”, recordó.

Milton tuvo la chance de pelear por la clasificación a Londres 2012 y desistió. La falta de apoyo, los problemas internos de la Federación Ciclista Uruguaya (FCU) y el cansancio de correr siempre de atrás contra esos temas lo fueron alejando de la competencia internacional. Como ejemplo, el “Gorra” nunca cobró el premio de la medalla de plata que ganó en el Mundial 2004. ¿La razón? La FCU mantenía deudas con la Unión Ciclista Internacional (UCI) y le retuvieron el premio. La noticia se la dieron después de los Juegos Olímpicos de Atenas porque no querían que se enojara. Esas situaciones, entre otras, alejaron al sanducero de la elite en la que estuvo por más de 12 años.

Con la humildad que lo hizo grande, Wynants siguió una carrera de entrecasa a la que le puso punto final en 2015 con un palmarés más que envidiable:

Una medalla de plata en los Juegos Olímpicos
Dos medallas de de oro, una de plata y dos de bronce en Juegos Panamericanos
Una medalla de plata en el Mundial de Ciclismo
Una Vuelta Ciclista del Uruguay
Dos Rutas de América

La dedicación, el amor por el deporte y el convencimiento de poder superar cada meta que se trazaba lo convirtieron en uno de los mejores deportistas de la historia en el Uruguay. “Una medalla te cambia la vida”, cuenta. “En el 2000 llegué a Sídney y muchos no sabían ni quién era Milton Wynants. No sabían que había ganado una Vuelta del Uruguay y Rutas de América, que para el ciclismo uruguayo es algo muy grande. Después de Sídney, la gente me reconoció más, y rumbo a Atenas había cierta obligación de ganar. Era otra presión y la meta estaba en hacer las cosas lo mejor posible para superarme. Se intentó en todo momento y no se pudo. Con aciertos y con errores hice lo que estaba a mi alcance y hoy me siento un privilegiado porque el ciclismo me dio más de lo que yo quería. Tuve apoyo de mi familia y de los clubes que confiaron en mí. Cuando uno se pone una meta, hay dedicación, esfuerzo y ganas, se pueden lograr muchas cosas”.

Con la humildad que lo hizo grande, Wynants siguió una carrera de entrecasa a la que le puso punto final en 2015 con un palmarés más que envidiable:

Una medalla de plata en los Juegos Olímpicos
Dos medallas de de oro, una de plata y dos de bronce en Juegos Panamericanos
Una medalla de plata en el Mundial de Ciclismo
Una Vuelta Ciclista del Uruguay
Dos Rutas de América

La dedicación, el amor por el deporte y el convencimiento de poder superar cada meta que se trazaba lo convirtieron en uno de los mejores deportistas de la historia en el Uruguay. “Una medalla te cambia la vida”, cuenta. “En el 2000 llegué a Sídney y muchos no sabían ni quién era Milton Wynants. No sabían que había ganado una Vuelta del Uruguay y Rutas de América, que para el ciclismo uruguayo es algo muy grande. Después de Sídney, la gente me reconoció más, y rumbo a Atenas había cierta obligación de ganar. Era otra presión y la meta estaba en hacer las cosas lo mejor posible para superarme. Se intentó en todo momento y no se pudo. Con aciertos y con errores hice lo que estaba a mi alcance y hoy me siento un privilegiado porque el ciclismo me dio más de lo que yo quería. Tuve apoyo de mi familia y de los clubes que confiaron en mí. Cuando uno se pone una meta, hay dedicación, esfuerzo y ganas, se pueden lograr muchas cosas”.

Textos: Enrique Arrillaga
Videos y fotos: Faustina Bartaburu / Archivo EL PAIS